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Su vida

    De niño, con ocho o nueve años en la Academia San Román, en Barcelona, me di cuenta que todos mis compañeros me obedecían; jugábamos a los caballos, que consistía que uno hacía de caballo y el otro se montaba en sus espaldas. El compañero más fuerte y robusto decidió que él sería mi caballo, por lo que siempre derribábamos a todos los compañeros.

Yo nunca pretendí ser nada de esto pero así sucedió; sin saber cómo ni por qué me eligieron en su líder. Muchas veces me decían que les contara "aventis" (aventuras). Nos poníamos todos sentados en círculo en el patio del colegio y yo improvisaba historietas dejando volar la imaginación; les contaba lo que nos iba pasando a cada uno, inventando mis sueños en los que formaban parte todos. Con los diálogos de cada uno y según miraba sus caras notaba que se emocionaban, percibía enseguida si alguno de ellos no lo mencionaba de tanto en tanto, cómo cambiaba su semblante y  siempre acertaba con las palabras de intrigas y fantasías que querían oír. Cuando mencionaba sus nombres en la historieta que salían de mis labios, sus ojitos brillaban, queriendo decir: "¡Sigue, sigue, y yo qué hice, qué me pasó, fui valiente, no tuve miedo!, etc. De inmediato entendía a quién tenía que mencionar más o el que no necesitaba tanto protagonismo. Estaba directamente proporcional con el amor y cariño que recibían de sus padres. Con mis maestras siempre fui el alumno preferido; me montaban entre sus piernas y también hacían de caballito al mismo tiempo, y me susurraban: ¡qué niño tan bueno, éste sí que es mi angelito!, o le comentaba a otra compañera profesora ¿te has fijado que pestañas tan largas tiene?; estas cosas me hacían sentir especial.

Todo ese maravilloso mundo que vivía se rompió en trocitos, cómo cuando cae un jarrón de porcelana al suelo y se parte en mil pedazos. Sucedió cuando el director de la escuela, que hablaba perfectamente el alemán, asignatura obligatoria a estudiar, me preguntó una multiplicación y mi respuesta no fue la correcta; me dio dos hostias que aún me están silbando los oídos. Fue cuando comprendí que podía pegar todos los trocitos del jarrón pero ya no sería el mismo. También entendí que en Barcelona algo no andaba bien.

A partir de ese día jamás se volvió a jugar en el patio a los caballitos, ni a contar aventis, ni a cambiar mi bocadillo de vino con azúcar por el compañero que lo llevase de chocolate. A partir de ese día también me dije:

"Cuando sea grande nunca dejaré morir a éste niño que llevo dentro".

Me vino a la memoria una fotografía que tenía en casa; era un violín Stradivarius. Había leído de su belleza estética y sonoridad con unas formas y simetrías perfectas. Me gustaba mirarlo y cuanto más lo miraba más me seducía, me cautivaba, me elevaba y me enamoraba hasta volar juntos hacia el más ardiente precipicio si era preciso del abismo.

Desde entonces iba a la escuela con miedo, porque aprendí  lo mal que me enseñaron con aquello que decía "La letra con sangre entra".

En mi casa había un piano; me senté, lo acaricié y con el corazón roto como aquel jarrón y con lágrimas en lo ojos, puse mis pequeñitas manos en el teclado y en ese preciso momento supe que aquel extraordinario instrumento me había elegido sin yo pretenderlo, cómo lo habían hecho mis compañeros de la escuela. Hasta hoy sigue siendo mi libro, mi rosa roja y mi eterno amor.

Desde entonces me sigo refugiando en la música, cómo también en la poesía y en la literatura, y eso que tengo una esposa, tres hijos, una hermana y un padre que está en la recta final de sus días, en las puertas del cielo. ¡Sí supieras la falta que me haces!

Mmmm, casi se me olvida mi perrito Benji. No dudaría ni un segundo en dar mi vida por ellos.

A medida que seguí estudiando piano y tendría como unos quince años, toqué en grupos musicales como Los Babys (en Barcelona), H2O, Los Vikingos, Los Go-Go, Henry and the Seven y con Los Sirex, supliendo al guitarra rítmica el tiempo que duró su servicio militar; por cierto, el traje de actuar me quedaba un poco grande y me sentía cómo Fofito, pero me remangaba las mangas y así hacía servir de púa el botón de la chaqueta para tocar la guitarra eléctrica. Había canciones que las tocaba con saxo y otras con un órgano Hammond. Fue la época que se grabó la canción "FUEGO". Me siento orgulloso de haber tocado con todos y de que sigamos siendo buenos amigos, porque de todos aprendí lecciones magistrales y experiencias inolvidables.

Un poco más tarde una compañía discográfica se fijó en mí y fue cuando grabé mi primer disco en solitario como Oscar Janot, con una canción que se llama "Es bella la vida" Después siguieron, "Para siempre…Como siempre" "Óyeme" etc. Mi carrera artística estaba tan bien dirigida y con una visión de futuro tan impresionante que hasta sabían que los discos eran redondos. De todas formas les estaré toda mi vida agradecido.
Me cansé de viajar en el puente aéreo Barcelona –Madrid y Madrid- Barcelona; y un buen día me fui cómo aquel que dice a hacer las Américas (México, Puerto Rico, U.S.A. etc.) Allí aprendí a valorar a la familia, a dormir tapado con un capote de torero, a pisar alfombras de terciopelo en hoteles de cinco estrellas, a hablar con la verdad y a tragarme mi orgullo y mi vergüenza. Y hoy me pongo a pensar, pero ¿vergüenza de qué?, si no he robado a nadie, al contrario, me han robado a mí, siempre he pagado las cosas más de lo que valían y me dije: Me podréis quitar el dinero, me podréis quitar la vida, pero nunca me vais a poder quitar el derecho a ser feliz con dignidad.

Hoy en día sigo escribiendo música, hago algoritmos escribiendo las palabras que me dictan mis musas. Sigo siendo un vendedor de sueños, intentando crear, aunque sea dónde se merece, que esté un punto y coma. La música me eleva y me envuelve en un mágico manto lleno de belleza y silencios armónicos. Cuando concibo una melodía bien armonizada me siento el hombre más feliz del universo. Cuando empiezo a escribir un pequeñito poema, a medida que voy pariendo las palabras el corazón me empieza a golpear despacio pero con más fuerza, igual que un in creciendo de Gustav Mahler, cómo diciendo: ¿esto lo he escrito yo?

Y yo le contesto: ¡Claro mi amor no ves que eres mi corazón!

Ver las cosas desde otra perspectiva o de cualquier otro extremo, siempre nos dará una pequeña oportunidad de crear, aunque sea el negativo de nuestra alma. La música es esa brisa de aire fresco que besa tus pestañas cada mañana y no duda en caer al abismo por ti, porque con tu verdad y con tu dignidad tendrás el respeto que te mereces.
A quien me pregunte qué es la música, le contestaré:

Música es tocar, es sentir con todo mi cuerpo para crear la más bella armonía; música sigues siendo tú, porque sigo tu rastro y voy tras tus pasos cómo un perro, para alcanzar el aroma de tus huellas y desnudar a mi verdad cuando se cruce en tu camino, sintiendo el aroma salvaje de la naturaleza, cómo el reencuentro de dos corazones que pellizcan mi atrevimiento.

La música es cómo un abrazo con el más suave de los velos, con todas las notas estirada en la hierba y clavadas en la tierra, sintiendo todos los aromas…, y yo dejando que jueguen…, con las horas de los dos. La música es ese soplo que con tus labios das a mi corazón.

Siempre me pongo de parte del perdedor, del humilde, del que habla con la verdad, porque odio la mentira. Creo en el amor de la amistad. En ese amigo que lo encuentras y da la cara cuando lo buscas, cuando te hace falta, cuando lo necesitas, porque de no ser así, ¿para qué queremos a los amigos?